Lo cierto es que no he trabajado nunca de una forma metódica. No he sabido. Acostumbro a decidir por la noche a qué hora empezará el día siguiente. A veces me descubro despierto a las seis. Algunos días repaso el día en la cama. Otros no.
Nunca he podido leer en bibliotecas. Como al gallego, me producen sopor insoportable sentarme frente a un libro en un lugar hecho para leer. Escribo en cafés aunque no me guste el café. A veces pido uno. Duermo en las sillas y me siento en las mesas. Leo libros como si me muriera de sed. O picoteo libros y los abandono después de la página diez. Escucho canciones sin parar y después las olvido. Con el tiempo me reencuentro con ellas y las vuelvo a olvidar.
Me gusta caminar porque no sé volar y escribo básicamente por envidia. Admiro a quien sabe cuidar las palabras justas y no piensa como yo; es una manera de acertar más veces. Busco historias en los semáforos y soy míope.
A menudo me preguntan por mi rutina en África.
Nunca me han hecho esa pregunta en África.